Kevlar

CHALECOS ANTIBALAS
Aquellas brillantes armaduras que portaban los caballeros medievales han derivado hoy en modernos chalecos antibalas, confeccionados mediante fibras artificiales de gran resistencia. Cómo es posible que una delgada tela pueda parar incluso balas de acero.
los policías se balancean nerviosamente. primero sobre un pie, luego sobre el otro. Los fotógrafos preparan sus cámaras. Los curiosos intentan colarse. Todo el interés está centrado en un hombre de pequeña estatura, vestido con una camisa blanca. El hombrecillo está apoyado en la pared y juguetea con un revólver. Lentamente. alza la Python, se coloca el largo cañón sobre el pecho y aprieta el gatillo. Su cara reluce al resplandor del estallido. Silencio. Ni una gota de sangre. En su lugar, un orificio chamuscado adorna la hasta hace un momento impoluta camisa.

El hombrecillo sonríe y la multitud respira aliviada.¿Otra vez?», pregunta, y el público asiente con vehemencia. Cinco disparos rápidos rompen el silencio. El cargador está vacío. Rich Davis acaba de matarse por centésima vez.

¿Quién es este personaje? No se trata de ningún Supermán; tampoco un charlatán que embauca a su público con cartuchos de fogueo. Lo cierto es que seis auténticas balas de revólver acaban de traspasar su camisa. Cada una pesa 7,5 gramos y sale disparada a más de quinientos metros por segundo.

¿Cuál es su secreto? Rich Davis se desabotona la camisa parsimoniosamente. Debajo aparece un chaleco antibalas de varios milímetros de grosor. Tiene una marca curiosa: Second Chance, segunda oportunidad. Los policías palpan los agujeros causados por las balas y parecen desconcertados: «Hombre, ¿quién iba a pensar que un pedazo de tela podía tragarse seis balas?».

Esta escena procede de los años setenta. Para algunas personas, la violencia armada forma parte de su vida profesional cotidiana. A pesar de estar cumpliendo con su deber -o precisamente por eso-, los agentes de policía son los personajes más odiados por los mafiosos, traficantes y bandas organizadas. Sólo en 1971 murieron a causa de disparos unos 130 policías de servicio en los Estados Unidos.

Rich Davis vivía por aquel entonces en Detroit donde, después de haber inaugurado una pizzería, una banda callejera le declaró la guerra. Su tienda fue saqueada e incendiada. A él mismo le hirieron gravemente. La policía estaba acobardada. Ningún cop -nombre que reciben los polis en Estados Unidos- parecía dispuesto a arriesgar el pellejo por él.


En vez de enfadarse, Davis comprendió la postura de los cops y comenzó a investigar de qué manera se podría devolver a estos hombres su autoconfianza. Recordó sus tiempos en la marina y aquel olvidado chaleco antibalas, formado por placas de porcelana de varios centímetros de grosor. Un blindaje con el que Chiang KaiChek (1887-1975) se había defendido con éxito de sus enemigos.



Bala Neutralizada por el chaleco de Kevlar

Después de revisar entre las capas de kevlar aparecen las dos balas engullidas. Sorpresa: la punta cónica de metal se ha convertido en un hongo aplastado. Parece imposible que un material tan parecido a un tejido pueda deformar un objeto metálico hasta el punto de dejarlo irreconocible. Tengamos en cuenta que las balas de algunos gramos de peso desarrollan la misma energía que una moto a treinta kilómetros por hora y que, si ésta choca contra el guardarraíl de hormigón también se deformará.

Echamos ahora un vistazo a la parte posterior del chaleco. ¿Qué apreciamos? Lo primero que nos salta a la vista es una capa de plastilina donde ambos proyectiles han dejado un orificio de salida de diecinueve milímetros de profundidad cada uno. Esto significa que los impactos absorbidos experimentan un retroceso considerable. Traducido al cuerpo humano, éste produciría un profundo hematoma, podría fracturar alguna costilla o lesionar la columna vertebral. Aunque el impacto queda amortiguado por plumas o gomaespuma, en los ensayos sólo se permiten abolladuras de veinte milímetros de profundidad, en algunos casos excepcionales hasta cuarenta milímetros. En el caso concreto del chaleco que hemos probado, resulta impresionante la trayectoria seguida por el proyectil con orificio de salida. Posee un diámetro de varios centímetros, el mismo que habría rasgado un calibre de nueve milímetros al alcanzar un cuerpo humano.

Además de la plastilina, en la parte posterior del chaieco se había instalado un instrumento para medir la presión. Si el aparato indica una presión mayor a cincuenta bares, es decir, una presión superior a cincuenta kilos por centímetro cuadrado (el impacto de un proyectil de ametralladora ejerce casi los 3.000 bares al penetrar en un cuerpo sin protección), el chaleco antibalas utilizado habría sido inútil para la prueba. Incluso sin presentar orificio de salida pues, con presiones tan altas, existe el riesgo de que el usuario del chaleco de kevlar muera a causa del mismo choque.



TRATAMIENTO DE CHOQUE

La trayectoria de una bala que no consiguio su objetivo

Las pruebas realizadas con chalecos antibalas han demostrado que cuanto más dura, delgada y aguda sea una bala, cuanto más alta sea su velocidad o más pólvora contenga el cartucho, mayor será su efecto destructivo. A partir de estas pruebas, y teniendo en cuenta los distintos tipos de munición, se han establecido cuatro tipos de chalecos:
- El grupo 1 protege contra munición de núcleo blando, del tipo de la nueve milímetros Parabellum de una ametralladora.

- El grupo 2, contra balas de núcleo duro de armas portátiles (los chalecos del grupo 1 pueden convertirse en chalecos del grupo 2 añadiendo placas de acero).

- El grupo 3, contra fusiles con munición de núcleo blando, por ejemplo, un proyectil macizo agudo de 7,62 milímetros de diámetro y un cartucho de 51 milímetros de longitud. Estos calibres son utilizados por la mayoria de ejercitos del mundo.

- El grupo 4 es para balas de núcleo duro de acero. Para este grupo sólo existen chalecos de kevlar reforzados con porcelana o acero.
  
Los chalecos Klevar no resisten las balas de wolframio y ninguna bala de artilleria pesada.








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