Las Helices (3)
El futuro incierto de las helices (parte 3)
Pero aún había más: los extremos de las palas iban a una mayor
velocidad que las zonas próximas al eje, por lo que alcanzaban antes la zona
problemática de velocidades. Al llegar los extremos a 300 m / s (1080 Km / h),
cada aumento de 30 m / s en su velocidad significaba una pérdida del diez por
ciento en el rendimiento de la hélice. Un problema semejante en las alas se
solucionó retrasándolas, es decir, construyéndolas en flecha. La misma solución
se adoptó para las palas de las hélices: en 1946, la firma estadounidense
Wright consiguió un aumento del siete por
ciento en el rendimiento de una hélice con borde de ataque en flecha curva, en
comparación con otra similar de pala
recta. Se mejoraron también los perfiles es decir, la forma de la
sección) haciéndolos más afilados, más delgados, y se aumentó el espesor (para
entendernos, la anchura de la pala). Así se consiguieron hélices eficaces a
velocidades de 0,92 de Mach es decir, 92 centésimas de la del sonido unos 1.100
km / h al nivel del mar.
Su aspecto recordaba, como se ocupó de recalcar algún directivo de la
compañía Airbus ante la maqueta del motor a utilizar por sus rivales de Boeing‑
a «un manojo de plátanos que giran».
Sin embargo, a medida que aumentaba la potencia de los motores, se vio
que también lo hacía la energía desperdiciada: no podía aumentarse la longitud
de las palas porque, como hemos visto, aparecían los problemas de velocidad
transónica en los extremos (aun a pesar de que, desde el principio de la
fabricación de hélices, las palas se torcían para disminuir el ángulo de ataque
en los extremos), por lo que la única solución consistía en aumentar el número
de palas. Fueron corrientes ‑y todavía lo son‑ las hélices tripalas y
tetrapalas, algo menos las pentapalas, y raras las de mayor número. Ello se
debía a problemas de interacciones entre ellas, y la solución encontrada fue la
de las hélices dobles o contrarrotativas: dos hélices de igual número de palas
en un mismo eje y girando en sentido contrario, el manojo de los plátanos.
Otra forma de encarar el problema del exceso de potencia era
aumentarla velocidad del aire, en vez de su masa; es decir, incrementar las
revoluciones de las hélices en vez de su superficie.
Pero el límite eficaz estaba en 1.500 rpm (revoluciones por minuto) en
las de tipo clásico, y aunque se las accionase con turbinas, se hubieron de
emplear engranajes de reducción, con lo que las pérdidas de potencia no
desaparecían. Las hélices modernas de altas velocidades (aunque en ciertos
casos el diseño se remonte, en sus líneas básicas, a los años cincuenta) podrán
girar en regímenes de 8.000 rpm o superiores (el eje de una turbina de aviación
puede alcanzar las 13.000 rpm o más). Pero entonces aparecen nuevos problemas,
algunos de ellos graves, como el del ruido. La solución fue nuevamente la
contrarrotación, pero esta vez con una particularidad muy especial: en vez de
girar en sentido contrario las hélices solas, lo harían solidariamente con los
álabes de la turbina. Las palas de las hélices estarían unidas a la envuelta
exterior de cada sección, y con ello se obtendrían valores rotacionales de
entre 1.300 y 1.500 rpm, perfectamente razonables para las estrictas normas de
ruido ambiental, incluso en los aeropuertos más estrictos. Había nacido el
propfan.
El camino para llegar a los'nuevos motores, a los que se asegura una
rebaja en el consumo de combustible de hasta un 25 por ciento con respecto a
los motores turbofan de su misma generación, pudo ser también de otra forma (y
de hecho así lo aseguran otras fuentes): tratando de mejorar la tasa de
dilución de los llamados turbofan o turbosoplantes. Es decir, la diferencia
entre la masa de aire frío (derivado) y la de los gases de combustión (o flujo
primario). A base de aumentar el diámetro de los compresores de flujo
secundario, es decir, de la soplante, se llegó al convencimiento teórico de que
menos palas (menor interacción, como hemos visto al hablar de las hélices) de
mayor eficacia sería la solución ideal. Y algunos fabricantes, como Rolls‑Royce,
han seguido por ese camino. Otros, en cambio, como General Electric han ido más
allá y proponen motores como el UDF (Unducted Fan, soplante no entubada) en los
que la turbina está situada delante de las hélices y éstas van directamente
ligadas a ella sin mecanismos de reducción. La simplicidad (y con ello los
bajos costes de revisión y mantenimiento) es la mejor ventaja. Sus detractores
afirman que los UDF serán muy ruidosos por la turbulencia del aire generada por
las hélices de alta velocidad, pero sus constructores afirman
haber realizado con éxito pruebas de sonoridad en el interior de la
cabina, con niveles similares a los de los turborreactores convencionales.
El ruido del UDF, se asegura, es de campo próximo, y el de campo
lejano será inferior al de los turbofan más silenciosos.
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